domingo, 17 de febrero de 2013

MURCIA

Estoy esperando a Joan Llabata un domingo por la noche en el parking de un enorme centro comercial construido en las montañas cerca de la ciudad de Murcia. Ya han cerrado y la zona está desierta, aunque quedan algunos coches aparcados y de vez en cuando pasa algún automóvil por la carretera. El edificio recuerda a la vez al Tesco de Cheltenham y a un hostil presidio de ladrillo rojo de un barrio pobre neoyorkino. El mar queda unos kilómetros detrás del edificio, al fondo. Aproximadamente en un noventa por ciento de la playa es totalmente noche, pero más o menos en el otro diez por ciento es mediodía y hace un tiempo formidable, aunque no hay nadie en la orilla ni bañándose.

Como estoy cansado de esperar a Joan Llabata, quien no cesa de no presentarse pese a mis continuos cabinazos, y tengo que volver pronto a Valencia, llamo un taxi para ir hasta la estación de autobús de Murcia. Aunque en realidad, creo que Murcia queda bastante cerca y supongo que podría haber ido caminando. El taxista me explica que la ciudad, gracias a la especulación inmobiliaria, ha experimentado en los últimos años un desarrollo superior a Hong Kong.

Llegamos en unos minutos al centro de Murcia, que se encuentra en un valle tan abrupto que bien se le podría considerar fosa, sima o abismo horadado en las escarpadas pendientes de las montañas. En ese recoveco noturnal se concentran una gran cantidad de modernísimos rascacielos, la mayoría de los cuales alojan hoteles.

Los rascatas se apretujan tanto entre ellos o unos sobre otros que apenas dejan espacio para calles, así que las pocas vías que quedan entre los edificios son empinadas callejuelas empedradas de un oxidado pueblo japonés pobre de montaña, pero la mayoría del tráfico rodado utiliza túneles y pasajes que van por dentro o debajo de los edificios y que están decorados con alfombra roja y lámparas de araña, quedando las elegantes recepciones de los hoteles y las escaleras de entrada al patio de los apartamentos a ambos lados de los pasillos.

Maravillándome estoy ante el espectáculo cuando veo a Joan Llabata salir todo fumado de uno de los patios de apartamentos, así que ordeno al taxista parar y me despido de él con una suave reverencia. Joan Llabata se encuentra acompañado de dos colegas y su novia. Precisamente se dirigía a Valencia en autobus nocturno privado, por lo cual podemos volver juntos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario