sábado, 16 de febrero de 2013

AMBERES

Participo durante 15 minutos en un partido de fútbol en el estadio con dos saques de córner (uno casi acaba en gol directo, pero el portero despeja con la punta de los dedos), un pase corto al pie del compañero y un disparo que rebota en un contrario y da en el poste. Después, estoy caminando por los alrededores del estadio donde se concentran numerosos aficionados ultras del Inter de Milán. Tienen medio bloqueadas las vías de tren, y como he de pasar por en medio de un grupo de ellos, temo por mi seguridad social y mi estado del bienestar. Varios están horneando pizzas caseras en puestos nazis improvisados junto a las vías, formando un pequeño mercado, y cuando me descuido me doy cuenta de que hay pizzas confeccionándose en todas partes: en las aceras, dentro de los bares, en los balcones de los hoteles; la realidad se ha cubierto de pizzas. Me comenta un italiano que proviene de un pueblo olvidado de Italia y que no tiene nada que ver con ellos, que es costumbre entre los seguidores de ese equipo preparar varias docenas de pizzas caseras y cocinarlas justo antes de los partidos fuera de casa, para venderlas a precio ridículo o regalárselas a sus compañeros.

Seguimos caminando hasta llegar a un amplio río que cuenta con sencillos pero bellos jardines en los costados de su lecho. Los edificios que flanquean el río son casas clásicas georgianas (pero sin rehabilitar) de Londres y Bath; el río en sí es el Katsuragawa a su paso por Arashiyama (Kioto, Japón). Seguimos caminando por el jardín al costado del río en paralelo a éste, hasta llegar a un punto en el que el río penetra en un túnel con bóveda de cañón de cemento. La vegetación ahora es más salvaje, predominan estalactitas vegetales y extrañas flores minerales; hay algunas aves prehistóricas, debajo de la bóveda está nevando pero fuera no. El italiano sigue hablando por el móvil, y el camino ha ido estrechándose hasta ser tragado poco a poco por la vegetación y por el río y ya es casi imposible seguir avanzando. Hay que volver a la ciudad.
 
Un autobús de línea ha entrado en el túnel por la zona del río más cercana a la orilla. Le pregunto al conductor que a dónde va. A la ciudad. ¿Qué ciudad es? Una ciudad centroeuropea. ¿Cuánto tarda? Quince minutos. Subimos, el autobús da la vuelta y se dirige al centro urbano cirulando por encima del río, que ahora está casi totalmente cubierto de nieve y de grandes rocas negras. Cuando me pregunto cómo lo hará para poder seguir avanzando sobre un suelo tan hostil, el italiano me comenta que el autobús está equpidado con ocho ruedas gigantescas en cada flanco; cuando llegamos a la ciudad es de noche, se ha acabado el partido, el elegante bulevar residencial estilo inglés se encuentra totalmente desierto.

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